tiempos modernos

(Esta columna fue publicada en El País Semanal bajo el título "El éxito de la antipatía" el 3 de Enero de 2016. Lo que sigue es un resumen de la misma con fines didácticos. Es recomendable leer la original antes de leer esta.)

Me repatea. De verdad, me repatea. ¿Que el qué? No es "el qué", es el "con quién". Ver a los políticos haciéndose los simpáticos es una cosa... ¡pero haciéndose los simpáticos con la plebe! Vamos, hombre. Es un síntoma de la degradación moral del mundo en el que vivimos. Que una cosa es que salgan sonriendo y se estrechen la mano entre ellos en vez de escupirse la cara (como sería lo honesto) y otra juntarse con el vulgo a jugar al futbolín, beber cerveza, y eructar como PATANES. O ir al programa del enano pelirrojo ese a bailar una saeta.

Me revienta todo esto porque esa gentuza no se merece ninguna simpatía: la gente es mala, zafia e ignorante. No hay más que leer el tuinter o el internet, está llena de gente escupiendo bilis, echando espumarajos por la boca y quejándose de todo y todos. ¿Pero quién quiere leer algo así, hombre? Antes era distinto. Para oír las vulgaridades del vulgo1 tenías que ir al bareto, a la tasca. Allí te encontrabas a una caterva de obreros, hacinados como animales y embrutecidos por el alcohol, soltando imprecaciones, alaridos y simplezas de todo tipo. Pero, he aquí la diferencia, tú te quedabas en casa repanchigado en un sillón, bebiéndote un gin-tonic y leyendo "Tristram Shandy"2.

Como decía, el internet está lleno de gente mezquina que hace comentarios hirientes, metiéndose contra figuras públicas (seguramente por envidia). Cantantes, toreros (¡pero hombre!), futbolistas... ¡incluso escritores! El otro día leí a un fulano llamándome calvo de nacimiento. Y no es por nada, pero a mí me parece que para la edad que tengo todavía tengo pelazo. Es gente cobarde y envidiosa, que cree que tener un espacio para escribir su opinión les da derecho a atacarlo a todos y todo. Individuos en estado permanente de amargor, a los que todo parece mal. Algunos de estos tipejos se hacen muy populares a veces, aunque para una persona normal sea "incomprensible" que gente tan amargada pueda alcanzar el éxito. Yo, desde luego, no lo entiendo.

Y hablando de pelazo, menudo energúmeno el Trump. Zafio, hortera, grosero, con mala dentadura... Menos mal que es un político y no un caballo. Ni siquiera se esfuerza en parecer simpático. (No, espera, que de esto me había quejado antes. Olvidadlo.) ¿Es el nuevo Hitler? Pues no lo voy a decir claramente, esa idea se la dejo al lector, para que llegue a ella él solo; yo desde luego nunca haría una comparación tan simplista, ignorando todo contexto o realidad histórica. Pero son los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Berlusconi, Chávez, Maduro, Putin... ¿Hitler?

1: No se me ha colado, lo de repetir así las palabras es un recurso estilístico que me gusta a mí mucho.

2: Me encanta la literatura inglesa clásica desde que estuve en Oxford. Supongo que la mayoría de mis lectores no lo saben, porque no hablo mucho de ello, pero yo fui profesor en Oxford.